“Me dedico a patear pelotas, pero soy la única de mi grupo que tiene el privilegio de agarrarlas con las manos para que no nos las metan… al arco, mal pensadas…”
Cuando decidí ser futbolista, pensé que debía enfocarme netamente en mi rendimiento deportivo (que lastimosamente suele atacar varios aspectos de nuestra autoestima y salud), sin embargo, me desperté ante una realidad muchísimo más compleja: Es lo deportivo, más lo social, más lo político, más lo educativo/ formativo, más lo cultural.
“El fútbol pinta ser el deporte del pueblo, el deporte de todos, pero eso que vemos en televisión es solo un pedacito del espectáculo, porque detrás de eso, hay una estructura de acero patriarcal que a ratos parece imposible modificar”.
Digo modificar, luego de un largo proceso de análisis objetivo, donde dejé de desear quemarlo todo y más bien decidí construir a partir de lo ya recorrido por nuestros “caballerosos” compañeros y líderes de industria.
El mundo del fútbol es falocentrista, la testosterona da dolor de cabeza y la mentalidad sigue siendo troglodita. Sin embargo, también tenemos un grupo de mujeres que, así como tú, trabajamos por mejorar el camino a futuras generaciones y abrirnos espacio en la mesa de conversación y toma de decisiones. Esa mesa donde parece que, tener un pene, es el único requisito para tener un puesto, entonces nos toca a llegar a nosotras con una silla rimax o un banquito en el bolso.
El ejercicio de reclamar lo que también es nuestro, es algo que nos une a todas las mujeres, porque no solo se trata de ser parte, sino de pertenecer. No obstante, el primer paso para sobrevivir este proceso, es entender que es una maratón y no un sprint, luego, es levantar la cabeza y darse cuenta que somos muchas mujeres dando la misma batalla.