Escribo este texto con plena conciencia de que lo que propondré aquí es sólo una parte muy pequeña de una discusión mucho más amplia. Mi intención es compartir contigo unas breves (¡muy breves!) consideraciones sobre por qué me parece importante que más mujeres, como tú, exploren y hablen sobre su relación con el alcohol, incluso si no encajan dentro de lo que tradicionalmente hemos entendido como “alcoholismo”. Espero que lo que sigue te anime a hacerte más preguntas, a explorar tu relación con el trago sin tanto miedo y a desafiar los modos en que, como sociedades, hemos estado acostumbradxs a pensar en el alcohol y lo que significa tener un “problema” con esta sustancia.
En un mundo que poco entiende de grises y parece dividirse sólo entre “alcohólicxs” y “tomadorxs normales”, un mundo que romantiza el consumo de alcohol hasta convertirlo casi en un mandato social, es difícil llegar a tus propias conclusiones y prestarle atención a esa vocecita que quizás, desde hace mucho, te grita que algo tiene que cambiar.
Sin embargo, la realidad siempre supera los binarios y las cosas no son tan simples como nos gustaría que fueran.
La verdad es esta: la zona gris del consumo existe y el sufrimiento que acarrea es muy real.
Ese lugar incierto en el que no eres de las que lo pierde todo por el trago, pero tampoco la persona que se toma una copita cada seis meses puede acarrear grandes tensiones emocionales así no hayas “tocado fondo” (al menos no de la manera en que nos lo pinta Hollywood).
El consumo de alcohol entre mujeres ha escalado significativamente, sobre todo desde principios de este siglo. Cada vez hay más cifras de mujeres alrededor del mundo que están enfermando (física, emocional, psicológicamente) y muriendo por causas relacionadas a su consumo; muchas de ellas, mujeres –en apariencia funcionales– que no encajarían en lo que creemos que es tener un “verdadero” problema con el alcohol.
Antes del COVID-19 el panorama sobre las mujeres y el licor ya era inquietante y ahora lo es aún más. Una búsqueda rápida en Google te arrojará cientos de datos al respecto. Pero más allá de las cifras exactas, éste es un fenómeno observable. Entra a cualquier red social y mira cómo tantas mujeres hacen chistes sobre su consumo, cómo romantizan el alcohol hasta convertirlo en símbolo de auto-cuidado, amor propio y liberación de las responsabilidades que –en estas sociedades aún tan machistas– implica ser mujer.
Todo esto para decirte que es importante que las mujeres rompamos el estigma frente a los problemas con el alcohol, una sustancia que, como ya se ha demostrado, tiene repercusiones en la salud más agudas para las mujeres (cis) que para los hombres (cis), que exacerba la violencia patriarcal hacia nosotras. Sobre todo, una sustancia con un potencial adictivo tan grande que es difícil no tener una relación problemática con ella
El punto aquí no es asustarte y tampoco lo es satanizar el alcohol. El punto es mostrar la necesidad de poner este tema sobre la mesa.
Es fundamental que dejemos de creer que los problemas con el alcohol son sólo cosa de “adictxs”, “enfermxs incurables” o personas que han “fallado moralmente”.
Habría que preguntarnos por qué las mujeres estamos bebiendo cada vez más. Y no vamos a llegar a esa respuesta si permanecemos en silencio. Porque ese es el asunto: si ya la adicción en sí misma está estigmatizada, lo está aún más cuando se trata de las mujeres que la padecen (en cualquier lugar del espectro de la adicción en el que se encuentren).
En este tema, las mujeres, tristemente, somos las que salimos perdiendo, no sólo por ser objetos de estrategias de mercadeo cada vez más agresivas por parte de la industria licorera que intenta persuadirnos de beber y hacerlo cada vez más, sino también porque, si se nos va la mano con el alcohol, si tenemos un problema con esta sustancia, las mujeres somos juzgadas más severamente que los hombres.
A los hombres se les alienta a probar su virilidad a través de la bebida. Entre más beba un hombre más varón es. En cambio, entre más beba una mujer más “puta” la consideramos.
Para nosotras, tener problemas con el alcohol es contradecir los ideales del comportamiento femenino. Aún se espera de nosotras que seamos una especie de guardianas de la moral.
Así que no puede ser que tengamos un problema con el alcohol, porque tenerlo significa ser leídas por la sociedad como una amenaza, como seres promiscuos o egoístas que ponen en peligro el bienestar y la estabilidad de sus familias.
Tener líos con la bebida no significa que hayamos fallado como mujeres, pero mantenernos en silencio sobre cómo nos afecta el alcohol sólo refuerza la idea de que hay algo vergonzoso en lo que nos ocurre.
Creo firmemente que tanto mujeres como hombres merecemos los mismos derechos, incluido el derecho a beber y ser tratadas con dignidad, respeto y compasión si desarrollamos un problema con el alcohol.
Sin embargo, creo es importante leer la cuestión del alcohol y las mujeres como algo más que un derecho feminista.
También sería saludable empezar a disputar los discursos más mediáticos sobre el alcohol y la propaganda de las licoreras que intentan convencernos de que beber es un privilegio, sinónimo de “empoderamiento” femenino.
Destruyamos la idea de que cuestionar el alcohol es moralista o de “santurronas”. Cuestionemos nuestras propias nociones de emancipación y empoderamiento. Definamos, en nuestros propios términos, si el alcohol nos hace bien o no, porque la pregunta que importa nunca es si eres o no alcohólica, sino si estás viviendo la vida que quieres y si estás siendo lo que has soñado para ti misma.
Es necesario que empecemos a ver la cuestión del alcohol y las mujeres de una manera nueva. Sobrepasemos los relatos predominantes y tradicionales sobre este tema (que, por lo demás, en su mayoría han sido construidos por hombres).
En lugar de juzgar quién tiene un problema más grande que quién, indaguemos en cómo puede relacionarse nuestro consumo –sea el que sea y en las cantidades que sea– con las maneras diversas y particulares en que experimentamos nuestra womanhood (¿mujeritud?) en estas sociedades.
¿Puede ser que la manera en que las mujeres vivimos nuestros roles en la sociedad y las asimetrías de poder que experimentamos estén íntimamente ligadas a las maneras en que nos relacionamos con el alcohol? ¿Quién mejor que nosotras, las mujeres, para responder esto?
Nota final: Con todo y lo anterior, estoy convencida de que la decisión de hablar abiertamente sobre nuestra relación con el alcohol es 100% personal. Nadie tiene el deber de hablar en público sobre algo que no quiera o para lo que no se sienta preparadx. Es lamentable, pero es tan grande el estigma que rodea a estos temas que muchas mujeres aún tenemos mucho que perder (trabajos, hijxs, parejas) si nos atrevemos a verbalizar nuestros sufrimientos o incomodidades frente al alcohol. Espero que este texto contribuya en algo a que esto deje de ser así.
Espero también que, si sospechas que tu relación con el alcohol es problemática, –aun cuando no encajes en lo que tradicionalmente hemos entendido como “alcoholismo”– estas palabras sirvan para asegurarte que no estás sola, no estás rota y no tienes porqué sentirte avergonzada.